sábado, 3 de mayo de 2014

MUJERES DE MIRADA PROFUNDA

Hace falta una mirada sigilosa que abrace el mundo en pedazos,
una que haga brotar de la tierra el fruto maduro desde su centro.
Se busca con desesperación ojos de  ternura en ríos de soledad,
en  mármol jaspeado con tonos grises y blancos.
La diosa Coatlicue vigila sobre su pedestal la llegada de nuevas generaciones.
Son generaciones de mujeres  concebidas en el siglo de la modernidad tecnológica,
en los años de la lucha armada, a la par de revolucionarios o detrás de guerrilleros.
Ellas buscan  un cambio de ideología con bandera de equidad de género.
Son millones de sentimientos  que reclaman un espacio iluminado.
Han dejado atrás el papel sumiso de sus antecesoras;
pero no la generosidad ni el espíritu altruista.
Tratan de borrar de sus historias pasajes de sometimiento y abuso.
Ya no quieren sacrificios para los Dioses a cambio de su vida,
tampoco la imposición de un hombre para afianzar un apellido de abolengo.
Quieren salir a la calle cuando el sol lanza sus primeros destellos
y  regresar en conversación con la luna.
Necesitan  avanzar despreocupadas por senderos de piedra, asfalto o lodo,
respirar tranquilidad entre la vorágine social para llenarse de fuego.
sacar  de sus entrañas voces de pálido semblante ,
reclamar  justicia en la frontera de la incertidumbre.
 Por las hermanas, hijas o madres muertas están dispuestas a encabezar luchas,
a tomar de  la  mano a otras compañeras, a caminar entre cruces  sin cuerpos;
a terminar con la impunidad y el olvido de las caídas gracias a la  pobreza.
Ellas se saben limitadas; mas  no impedidas,
 salen del lago  rojo de la mezquindad para sentirse  fuertes,
 para enfrentar a quienes  las han dejado en el suelo,
para curar  golpes con puño cerrado
y  mantenerse  lejos de los de  prepotentes rostros desfigurados.

Sobre el cuerpo de Iztaccihuatl descansa la  Xochiquetzal  con su traje de aroma silvestre y  sus motivos floreados.
Le entrega a Frida un pincel, la llena de colores y
entre sus sábanas idealiza el  mundo  del dolor vestida de tehuana.
Camina con Elena por sus pueblos de fantasmas añejos
y  sus mujeres,  son recuerdos de un porvenir desolado.
Regresa el  tiempo para visitar a Juana,
La encuentra en su celda, enferma pero llena de poesía.
Ella ha descendido a los campos de cosecha nueva,
sus amigas, las madres, llevarán a sus hijos en brazos
hasta levantar piedra tras piedra  el muro de las apariencias;
las que decidieron no serlo,  adoptarán  vida sin arrepentimiento.
Y con las generaciones de ancianas sabias,

Levantará sus manos para invocar al hombre como aliado, no como enemigo.