MUJERES DE
MIRADA PROFUNDA
Hace falta una mirada
sigilosa que abrace el mundo en pedazos,
una que haga brotar de
la tierra el fruto maduro desde su centro.
Se busca con
desesperación ojos de ternura en ríos de
soledad,
en mármol jaspeado con tonos grises y blancos.
La diosa Coatlicue vigila
sobre su pedestal la llegada de nuevas generaciones.
Son generaciones de
mujeres concebidas en el siglo de la
modernidad tecnológica,
en los años de la lucha
armada, a la par de revolucionarios o detrás de guerrilleros.
Ellas buscan un cambio de ideología con bandera de equidad
de género.
Son millones de
sentimientos que reclaman un espacio iluminado.
Han dejado atrás el papel
sumiso de sus antecesoras;
pero no la generosidad
ni el espíritu altruista.
Tratan de borrar de sus
historias pasajes de sometimiento y abuso.
Ya no quieren
sacrificios para los Dioses a cambio de su vida,
tampoco la imposición de
un hombre para afianzar un apellido de abolengo.
Quieren salir a la calle
cuando el sol lanza sus primeros destellos
y regresar en conversación con la luna.
Necesitan avanzar despreocupadas por senderos de
piedra, asfalto o lodo,
respirar tranquilidad
entre la vorágine social para llenarse de fuego.
sacar de sus entrañas voces de pálido semblante ,
reclamar justicia en la frontera de la incertidumbre.
Por las hermanas, hijas o madres muertas están
dispuestas a encabezar luchas,
a tomar de la mano
a otras compañeras, a caminar entre cruces
sin cuerpos;
a terminar con la
impunidad y el olvido de las caídas gracias a la pobreza.
Ellas se saben
limitadas; mas no impedidas,
salen del lago rojo de la mezquindad para sentirse fuertes,
para enfrentar a quienes las han dejado en el suelo,
para curar golpes con puño cerrado
y mantenerse lejos de los de prepotentes rostros desfigurados.
Sobre el cuerpo de
Iztaccihuatl descansa la
Xochiquetzal con su traje de
aroma silvestre y sus motivos floreados.
Le entrega a Frida un
pincel, la llena de colores y
entre sus sábanas
idealiza el mundo del dolor vestida de tehuana.
Camina con Elena por sus
pueblos de fantasmas añejos
y sus mujeres,
son recuerdos de un porvenir desolado.
Regresa el tiempo para visitar a Juana,
La encuentra en su
celda, enferma pero llena de poesía.
Ella ha descendido a los
campos de cosecha nueva,
sus amigas, las madres,
llevarán a sus hijos en brazos
hasta levantar piedra
tras piedra el muro de las apariencias;
las que decidieron no
serlo, adoptarán vida sin arrepentimiento.
Y con las generaciones
de ancianas sabias,
Levantará sus manos para
invocar al hombre como aliado, no como enemigo.